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EL ACOSO A LOS FUMADORES


Si hay un colectivo que está sufriendo desde unos años el acoso, tanto de los no fumadores como de los distintos organismos sanitarios y gubernativos a fin de que no puedan fumar en ningún centro de trabajo ni establecimiento público de cualquier naturaleza, es el formado por los fumadores que se ven así marginados del resto de la sociedad por su adicción a la nicotina, teniendo que salir a la calle a fumar, tanto si están en horas de trabajo como si son horas de esparcimiento en cualquier espectáculo o lugar público cerrado, si no pueden esperar para  llegar  a su propio domicilio y fumar allí, ámbito privado en el que puede hacer lo que le dicte su voluntad, pero que también se ve sojuzgada esa libertad por la propia familia y sus exigencias.

Por ese motivo, están convirtiéndose así en los nuevos  marginados de una sociedad cada vez menos tolerante para una actividad adictiva como es la de fumar que antes no sólo era aceptada como una costumbre normal y hasta fomentada  por los medios de comunicación –no había una sola película o representación teatral que no presentara a los protagonistas a todas horas fumando sin descanso y sin ningún tipo de censura-, sino que era permitida por cualquier estamento oficial o empresa privada en los que se permitía fumar con total libertad, considerándolo una costumbre inocua y socialmente admitida.

En esos años, aún no muy lejanos, lo extraño o raro era que alguien dijera que no era fumador, pues formaba parte de esa extraña minoría que no tenía adición alguna al tabaco y, casi siempre, tampoco al alcohol y el café, que han formado siempre el trío de las sustancias legales y permitidas para el uso y abuso nacional, pues se las consideraban como parte integrantes de los ritos sociales que se imponen por la fuerza de la costumbre y cuyo hábito se contagiaba de generación en generación como si de un virus se tratara..

Los adolescentes empezaban a fumar a esas edades tempranas en las que se despierta la conciencia del yo que se iba formando a fuerza de observar a los adultos y mimetizar sus costumbres y actos, como una manera de adelantar el ingreso en esa mayoría de edad que todo adolescente sueña alcanzar lo más pronto posible para ser adulto y el único artífice de su dudoso futuro,

En la actualidad, y según se desprenden de las cifras que facilitan los diversos medios sanitarios, los adolescentes, casi niños de 10 y 12 años, empiezan a fumar más pronto que hace décadas, pues empezaban a partir de los 15 0 16 años, y el número de fumadores ha ascendido considerablemente, a pesar de las continuas campañas contra dicho hábito que hace sistemáticamente el Ministerio de Sanidad y que caen en saco roto, porque muchos fumadores dicen que dicha publicidad  no sirve de nada, ya que los fumadores ni siquiera miran las impactantes y tremebundas imágenes que reflejan a la perfección las letales consecuencias que tiene el tabaco sobre la salud de sus consumidores, sobre todo de quienes no se contentan con cuatro o cinco cigarrillos al día, y fuman una o dos cajetillas, o incluso más, diariamente.

Estos daños producidos por el tabaco no se pueden tomar a la ligera e intentar minimizarlos y, por propia experiencia, sé que realmente el tabaco es claramente dañino para la salud, ya que soy ex fumadora y comprendo no sólo la adicción al tabaco de los fumadores, pues la tuve durante muchos años, más de una veintena y fumaba más de dos cajetillas diarias. Por tanto, no puedo unirme al coro de los intolerantes, a pesar de que el humo del tabaco me perjudica seriamente, pero también comprendo la dificultad extrema que supone dejar esta adición, porque tiene dos componentes fundamentales; la adición a la nicotina, por una parte, que es la menor de ellas a la hora de dejar de fumar; y la adicción psicológica, la más fuerte, que provoca el hecho de fumar y que, para quienes no son ni han sido nunca fumadores, no comprenden que el hecho mismo de encender un cigarrillo, los más, o un puro o una pipa, los menos, provoca, en esos breves momentos, la placentera sensación que no es debida al  desagradable y caliente sabor del tabaco y sus efectos adictivos, sino la sensación de que fumando, en esos cortos minutos que dura un cigarrillo, se alcanza un instante de libertad, de reafirmación propia, que aísla del exterior en una burbuja de humo y sabor a nicotina. Y todo ello es porque en esa transgresión del cuidado de la propia salud, en ese instante de llevar la contraria a los consejos, mandatos, prohibiciones y advertencias, se encuentra un instante de libertad, de hacer lo que uno desea y no lo que los demás esperan o desean que se haga; en un absurdo, pero cierto, canto a la libertad, a la propia autodeterminación y al deseo de que, en ese acto de rebeldía a lo “políticamente correcto”, a la negación de hacer siempre lo que se debe y no lo que se quiere hacer. En ese ínfimo acto de fumar queda la única parcela de libertad de cada individuo para tomar decisiones por sí mismo, para poder manifestar su soberana libertad ante cualquier decisión, ya tan mermada por leyes, reglamentos, presión social y mediática, opiniones, consejos mandatos explícitos e implícitos que todo ciudadano soporta y cumple, con mayor o menor agrado, para ser aceptado en el núcleo social en el que se desenvuelve sin recibir el rechazo, la sanción, la multa, la amonestación y hasta el hostigamiento.

Naturalmente, no debe pensar ningún lector que estoy de acuerdo con el hábito de fumar, por lo que ya he expuesto anteriormente y que me llevó a dejar de fumar en un solo día –y de eso ha pasado ya más de veinte años-, en un acto de voluntad sincero y personal que es el único sistema fiable para dejar esa adicción al tabaco, convertido hoy en día en el enemigo público número uno. Por supuesto, sé que dejar de fumar es una forma de evitarse graves problemas de salud que son innegables, pero respeto la libertad individual de cada uno de tomar la decisión que considere oportuna al respecto, contando con los datos que actualmente se tienen de las graves consecuencias del tabaco que antes se desconocían y, por ello, se fomentaba esta dañina adicción que tantas muertes causa al año por las diversas patologías que provoca.

Viñeta de la revista "El Jueves" sobre la
guerra fría entre fumadores y no fumadores
Es ese respeto a la decisión personal de cada adulto el que me mueve a escribir este comentario, porque sé que no se le  puede atemorizar como a un niño, sino advertir de las consecuencias que provoca el tabaquismo; y al que tampoco se le puede obligar a tomar una decisión que, por sentirse impelido a ello, aún se hace más fuerte  y se enraíza más en su psiquismo que está continuamente bombardeado por consignas, ideas, proclamas, órdenes, recomendaciones, objeciones y un largo etcétera que  está intentando convertirlo, cada día más,  en un ciudadano modélico, sano, solidario, práctico y sensato, pero a cambio ve mermada cada vez más su propia capacidad de decisión, de opinión, de elección, aunque sea la de matarse, cigarrillo tras cigarrillo, antes de que lo haga la contaminación ambiental, la frustración, el fracaso laboral, la desdicha cotidiana, el aburrimiento vital y la falta de horizontes, de ilusión y de metas.

Sé que muchos fumadores intentan dejar de fumar, pero vuelven con más ahínco a esa adicción que saben que los perjudica seriamente, aunque se preguntan por qué no son capaces de dejar de fumar definitivamente. Mi respuesta a muchas personas que me han preguntado cómo conseguí dejar el tabaco sin tratamiento, sin sustitutos, sin angustias, ni síndrome de abstinencia que se vuelve irritabilidad y malestar generalizado, siempre ha sido la misma: “Pregúntate a ti mismo si, cuando has intentado dejar de fumar,  si verdaderamente lo deseabas tú o era una imposición de tu entorno familiar, de tu pareja o de tu médico. Si no lo has conseguido, es porque no eras tú quien deseabas dejar de fumar, sino era por voluntad de otros y por eso no lograste alcanzar ese propósito, por ser ajeno. No digas nunca quiero dejar de fumar pero no puedo, sino no quiero dejar de fumar  aunque sí puedo. Eso sólo se consigue con facilidad (doy fe de ello) cuando se quiere dejar de fumar por decisión propia y no por imposición ajena. Tu libertad de decisión, como adulto que eres, es el motor que te llevará a conseguir esa meta, tuya, no de otros. Sólo cuando se sabe bien por qué se fuma, qué frustración se intenta ahogar con el humo del tabaco, es cuando empezamos a ser menos esclavos de esa adicción. Y entonces es cuando, de verdad, se decide o no dejar de fumar y cuando se toma esa decisión es fácil lograrlo. Te aseguro que así funciona”.

Esa defensa a ultranza, al no dejar de fumar para conservar el último resquicio de libertad de decisión, aún a contracorriente de las opiniones de propios y extraños, es la verdadera causa de no poder dejar de fumar, porque el fumador ve en el tabaco, prendido en las espirales de humo que exhala, la única señal de que aún es un ser que tiene control sobre sí mismo, sobre el propio imperio de su libertad, aunque ésta se vuelva en su contra, porque ese espacio de rebeldía cada vez está más reducido en esta sociedad alienante y uniformadora que intenta moldear a los individuos que la conforman según los parámetros dictados por quienes tienen el poder para influir en los ciudadanos; aún a costa de ir matando, poco a poco, las diferencias entre las personas, creando así un mundo despersonalizado, banal, irritantemente igual en la forma de pensar, de vestir, de opinar y de ser un ciudadano ejemplar al que es más fácil doblegar, etiquetar y, por ello, dominar, matando ese individualismo que existe en todo ser humano y que le hacer ser, de una u otra forma, diferente al resto de su especie.

Habría que preguntar al Estado, a todos los del mundo occidental, si quieren que sus ciudadanos dejen de fumar por el bien de la salud general y para evitar los altos costes sanitarios y famacológicos que provocan los tratamientos de las enfermedades inherentes al tabaquismo, por qué no tratan al tabaco como al resto de las drogas prohibidas, impidiendo  así su venta legal y dejando, por ello, de embolsarse cada Estado en sus arcas las astronómicas cifras que recaudan con el impuesto sobre el mismo. Podrían alegar que lo hacen para no provocar el efecto contrario, es decir el que promovió la Ley Seca en Estados Unidos, lo que hizo que el contrabando del alcohol se disparó hasta niveles alarmantes, porque aumentó el consumo; pero, sobre todo, el efecto más indeseable para las arcas estatales fue que, además de enriquecerse los mafiosos que se beneficiaban del contrabando del alcohol y las destilerías clandestinas hacían su agosto, los exorbitantes ingresos por dicho motivo dejaron de recaudarse mientras los delincuentes se enriquecían. Y eso, siempre es peor que el problema del alcoholismo en la ciudadanía, puesto que, si seguía consumiendo alcohol, por lo menos que pagara impuestos por ello, aunque siguieran los ciudadanos sufriendo los estragos causados por su ingesta.

Quizás por ese motivo, la subida del IVA no va a repercutir en la cajetilla de tabaco, ya que, después de la subida de 20 a 25 céntimos de euros del pasado mes de marzo, lo que produjo una reducción en la venta de las cajetillas en un 20,5%, esta inquietante subida anunciada no le  afectará, porque el Gobierno ha tomado las medidas oportunas para rebajar el porcentaje  ad valorem (la cifra tomada como base para aplicar el anterior 18% del IVA y que ha sido rebajada del 55% del precio de la cajetilla, al 53,1%, lo que supone un 1,9%, descenso que absorbe el aumento del 18% al 21% del IVA, por lo que no se verá incrementado el precio de la cajetilla). Naturalmente, esa medida compensatoria no parece estar motivada por un deseo de que los fumadores dejen de fumar, sino por todo lo contrario, es para frenar el descenso en la venta de cajetillas que desde marzo de este año se ha producido. Hay que tener en cuenta que, según, los datos facilitados por el Comisionado para el Mercado de Tabacos, en España se vendieron hasta febrero de 2012, es decir en los dos primeros meses del año, 391,7 millones de cajetillas de tabaco, lo que supusieron 1.522,8 millones de euros, un 3,7% más que la del mismo periodo de tiempo de 2011. Sobre esas cifras, se debe aplicar la disminución del 20,5% de la bajada en ventas de las cajetillas después de la subida del precio de 20 a 25 céntimos de euros, ya indicada. Esto es demostrativo de que no han querido aumentar con la subida del IVA el precio del tabaco (tomando a la cajetilla como modelo por ser el tipo de tabaco más vendido) para evitar otro desplome en la venta de ese producto, del que anuncian a bombo y platillo su peligrosidad para la salud; pero evitan que, por subidas de precio continuadas, baje la demanda de tan nocivo producto que es, paradójicamente, lo que aparentemente desean los Gobiernos, pero cuando toca de cerca a las arcas del Estado la cosa cambia, y parece importar más que la gente siga fumando y manchándose los pulmones de alquitrán, si con ello se consigue recaudar más que, con los tiempos que corren, es lo que verdaderamente importa.

Por eso, comprendo el dilema de los fumadores: por una parte acosados por una buena parte de la sociedad no fumadora que los echa de todos los lugares y, por otra, oyendo cantos de sirena cuando, por la subida del precio del tabaco, deciden dejar de fumar y se dan cuenta pronto que, ahora que lo habían decidido seriamente  con la excusa del aumento del precio, tal como están las cosas de mal, parece que el Gobierno da marcha atrás y no aumenta el precio por la subida del IVA. Este nuevo anuncio ha quitado las ganas de abandonar tan costoso vicio a muchos fumadores  y piensan que se han salvado por otro año más, antes de que prohíban también fumar en la calle y espacios abiertos, además de en las propias casas, lo que, tal como está el patio, parece que está al caer, porque los posibles afectados, es decir el resto de la familia, incluidos los niños, ancianos, enfermos crónicos y hasta el perro y el gato, no deben aguantar los humos ajenos, convirtiéndose así en fumadores pasivos..

 Aunque, habría que decir, que los verdaderamente pasivos son los propios fumadores porque ya no se mueven de las puertas de los centros de trabajo, de los comercios y demás establecimientos públicos, inmóviles como estatuas, y procurando no molestar ni ser visto casi en su patética expulsión de los lugares públicos, para no tener que aguantar “los malos humos” de los no fumadores que los miran con odio y asco, porque están contaminando el ambiente.

Malas épocas son siempre en las que se empieza la caza de brujas, las que en este caso, en vez de volar encima del palo de una escoba, tratan de volar en cada voluta de humo que expulsan sus pulmones, en las que siempre van mezcladas su rebeldía, su grito de libertad, y su rechazo a todo lo que le venga impuesto y le arrebate, incluso, ese breve instante en el que disfruta de unas caladas apresuradas al cigarrillo, único mástil que es para todo fumador, al que se aferra para no zozobrar, porque prefiere morir, en un suicidio lento pero elegido voluntariamente, que no vivir renegando de lo único que hace al día en el pleno ejercicio de su libertad, esa que sólo ya reside para cada fumador  en el humo acre y caliente de un cigarrillo.

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