No hay mayor marginación que la que proporciona la
muerte, la que pone punto y final a la historia individual que comienza en el
momento de nacer y termina cuando acaece el fallecimiento, sea de muerte natural,
accidental o voluntaria La muerte, a modo de telón que se baja definitivamente
y sin posibilidad de vuelta atrás, separa definitiva e irremisiblemente a quien
deja este mundo de los vivos, quedando, uno y otros, a ambos lados de la línea
imaginaria pero real que, una vez traspasada, ya no tiene retorno.
El suicida, por ello,
acuciado por su drama personal, elige el momento y la forma de morir que le
saque de este mundo, de su propia angustia y desesperación, para entrar en la
nada o en la otra vida prometida a los creyentes. Los periódicos no se hacen
eco de estas noticias si no están relacionadas
con otros sucesos simultáneos a los que les dan mayor relieve -asesino que mata
a su pareja y, después, se suicida, por ejemplo-; pues el suicidio es un tema
tabú en todas las culturas y, para evitar el efecto contagio, se suelen rodear
de silencio estas tragedias personales que llenan de luto y dolor a muchas
familias en todo el mundo.
Una noticia impactante de
marzo de este año merece especial consideración: El suicidio es la primera
causa de muerte no natural en España y su aumento es imparable en nuestro país
ya que, según las estadísticas de 2014, arrojan un incremento de un 20% con
relación al año 2007. En 2014 se suicidaron un total de 3.910 personas, cuya
cifra es la más alta en los últimos 25 años que es el tiempo que se lleva
registrando tales siniestros datos. En la década de los 80 los suicidios
superaban en muy poco los 1.500 casos anuales.
La media de suicidios diarios en España, actualmente, es de 10, aunque
es una tasa baja en comparación con otros países europeos.
En dicho mes de marzo de
este año, el Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó los datos
relativos a las Defunciones según la causa de muerte. La gráfica que acompaña
ofrece una curiosa trayectoria durante la crisis económica, ya que subió desde
2007 a 2009 y descendió desde ese año a 2010, en una gran proporción. A partir
de dicho año empezó a aumentar poco a poco. Desde 2011 a 2012 su aumento fue de
un 11%. Entre 2012 y 2013 tuvo un incremento de un 9% y en 2014 aumentó solo un
1%, lo que supuso 40 suicidios más que en el año anterior. El INE advierte que
la subida registrada puede deberse a que la estadística nacional integró en sus
resultados, a partir de 2013, los datos del Instituto Anatómico Forense de
Madrid que antes no eran contabilizados. El INE, por ello, advierte que en la
Comunidad de Madrid hay unos 200 suicidios más que antes no eran registrados en
las cifras nacionales, lo que ha hecho aumentar la estadística. De todas
formas, desde 2007 a 2014, el suicidio aumentó en 647 personas con respecto el
primer año del último.
Los especialistas analizan
las posibles causas que expliquen a qué se debe dicho aumento y si ha tenido
que ver su incremento con la crisis económica. Según los expertos, la crisis
puede haber influido en ello, ya que las expectativas de un grupo muy
importante de ciudadanos se han visto afectadas por la situación económica.
Además, uno de los grupos de personas en el que se ha visto aumentada la cifra
de suicidios es el que se encuentra en la franja de edad de alrededor de los 50
años, pues en este edad ha aumentado su tasa en un 38% durante los años que van
desde 2007 a 2014. Esa franja de edad es más sensible a la falta de horizontes,
pues quienes están en ella piensan que no tienen ya muchas posibilidades laborales.
Aunque, hay otros
especialistas que no están tan seguros de que la economía sea la principal
culpable de este trágico aumento de suicidios, pues advierten que, también,
puede deberse a un cambio en la pirámide de la población en la que hay cada vez
edades más avanzadas que son, precisamente, las que más se suicidan.
Hay que tener en cuenta que
los países que tienen mayores índices de bienestar son los que registran una
mayor incidencia de suicidios, por lo que no se puede atribuir sólo al paro y
los problemas económicos las muertes por esta causa, sino que hay otros
factores que también inciden como son los problemas de salud, la soledad, los
problemas familiares, etc. Por ello, relacionar el paro con el aumento de
suicidios no es del todo acertado, aunque ese aumento de un 20% es bastante
significativo, señalan los expertos.
Por su parte, el
psiquiatra Luis de Rivera, director del Instituto de Psicoterapia de Investigación
Psicosomática de Madrid, afirma que, sin embargo,, la crisis sí ha influido en
los suicidios y seña que: "El propio Durkheim afirmaba que
en las épocas históricas en las que habita el desconcierto y la crisis, aumenta
el suicidio. En España estamos ahora mismo en una situación muy parecida a la
que describe Durkheim: no es sólo el factor económico, sino también la ruptura
de creencias y convicciones básicas. Se ha roto, por ejemplo, la certeza de
que, si teníamos una carrera universitaria, íbamos a vivir muy bien".
Añade, también, que: "Hay un problema de desorganización social y
cultural y las cosas han dejado de ser como creíamos que eran. El ser
humano necesita estar seguro de lo que hace, tener creencias claras... En
España hemos tendido a equiparar la seguridad psicológica con la seguridad
económica y, en aras a eso, hemos sacrificado muchas cosas, como las relaciones
familiares o el bienestar personal. Ahora nos encontramos con que esos
sacrificios han sido inútiles",
Esta teoría se ve confirmada
por un estudio realizado por la Generalitat de Cataluña, en 2014, en el que se
afirma que las hospitalizaciones por intento de suicidio han aumentado en dicha
Comunidad Autónoma debido a la crisis; al igual que también se han incrementado
los problemas de salud mental, especialmente en las personas sin trabajo,
además de aumentar considerablemente el consumo de tabaco en los hombres, sobre
todo entre aquellos que llevan más de un año en paro.
De todas formas, el INE no
hace ningún tipo de valoración o análisis de los motivos que llevaron a los
suicidas a tomar tan trágica decisión, sólo afirma que se registran 8,4
suicidios por 100.000 habitantes. Aunque, esta tasa es baja en relación con
otros países europeos, pues los datos facilitados por Eurostat (Oficina Europea
de Estadística) correspondientes a 2013, confirma que la media de suicidios en
la Unión Europea estaba en una tasa de 11,6 por 100.000 habitantes. Sin
embargo, existen otros países que tienen unas tasas de suicidios más bajas que
el nuestro como son Grecia (4,7). ), Malta (5), Chipre (5,1), Italia(6,6), Reino
Unido (7,3) o Liechtenstein (7,4). Por el contrario, las más
altas las ofrecen países como Lituania (36), Hungría (21,2),Letonia (19)
y Bélgica (17,2).
Esto sugiere la siguiente
pregunta: ¿Por qué se suicidan más en países del Este de Europa? Y también la posibilidad de
que el suicidio sea mejor aceptado en unos países o culturas que en otros. Por
ejemplo, en Japón está mejor considerado y ello puede ser la explicación de que,
solo en la ciudad de Tokio, se suicidan al año más de 20.000 personas. Sin
embargo, en los países del Sur de Europa, eminentemente católicos, no está bien
visto el suicidio, aunque también cabe preguntarse si el tipo de vida, la
climatología con un mayor número de horas de luz solar, el carácter más
comunicativo que propicia el contacto y las relaciones con los demás: familia,
amigos, vecinos o conocidos, en estos países sureños sirven de freno o
amortiguadores de las tendencias suicidas, ya que las personas tienen más
amarres afectivos y más apoyos emocionales en sus momentos depresivos.
Hay otro dato a tener en
cuenta y es la prevalencia de muerte por sexo, El suicidio es la primera causa
de muerte no natural y externa entre los hombres, con una tasa de 12,9
fallecidos por cada 100.000 habitantes (2.938 suicidios en 2014, frente a los
972 suicidios femeninos), seguida por los accidentes de tráfico y las caídas
accidentales, con 6,3, ambas causas. A su vez, las caídas accidentales fueron
la primera causa externa de muerte en las mujeres, con una tasa de 5,6 por cada
100.000 habitantes, seguida por el ahogamiento, sumersión y sofocación la
segunda causa externa.
Todos estos datos obligan a
preguntarse: ¿El motivo de este predominio del suicidio masculino está basado
en que la mujer, psicológicamente, está más preparada para soportar la presión
psicológica que provocan las diferentes causas que llevan al suicidio? O bien,
¿la sociedad ejerce una mayor presión, exigencia e intolerancia hacia el
fracaso del hombre que, además, está educado para no manifestar abiertamente
sus emociones?
Es, también, llamativo que
la franja en la que se advierte un mayor incremento va desde los 85 a los 89
años, edad en la que se pierde autonomía por problemas de salud crónicos, lo
que aumenta los estados depresivos que pueden llevar hasta el suicidio. Y no
hay que olvidar que es la segunda causa de muerte para quienes tienen entre 15
a 29 años de edad, a nivel mundial. En este caso, los extremos en las edades
parecen tener una siniestra afinidad,
Estas trágicas cifras ponen
en evidencia una realidad que se oculta habitualmente en la prensa y en los
telediarios por el efecto dominó que provocan estos macabros datos. Pero no hay
que olvidar que en España el número de suicidas duplica al número de víctimas
de fallecidos en accidentes de tráfico. Ese dato es desalentador, pues si los
accidentes empezaron a bajar en su siniestro número de víctimas mortales en más
de un 51% desde 2007 hasta 2014, con 1.873 víctimas mortales en 2014, por la
entrada en vigor del carnet por puntos y las diferentes campañas de concienciación
de la población; el de suicidios ha ido aumentando de forma imparable en ese
desalentador 20%. El año 2014 fue el cuarto año sucesivo de aumento de la tasa
de suicidios hasta llegar a duplicar el número de muertes por accidentes. Estas
cifras de muertes voluntarias mantiene una tendencia ascendente desde la década
de los 80 y, en estos últimos 35 años, la subida se mantiene constante, lo que,
según los especialistas, es preocupante y no se puede achacar únicamente al
paro ni a los problemas económicos, pues es un fenómeno que tiene múltiples
causas.
Las instituciones públicas,
ante este alarmante aumento, deben tomar las necesarias medidas de prevención,
según indican los especialistas. Estos planes ya existen en otros países como Noruega,
Suecia, Dinamarca o Reino Unido, Sólo en Cataluña existe un embrión de un
programa para crear un plan de prevención el llamado Código Riesgo Suicidio,
que funciona en dicha Comunidad desde finales de 2015, En dicho programa es el
sistema sanitario el que se pone en contacto con el paciente que ha tenido un intento de suicidio, no a la
inversa, para así obligarlo a que se ponga en tratamiento.
La depresión es la primera
etapa antes de llevar a cabo el suicidio. Esta dolencia en España supone un
10,5% del número total de afectados por diversas patologías. Afecta mayormente
a las mujeres que a los hombres, aunque estos han duplicado el número de ansiolíticos
que han tomado durante los años de la crisis económica y en las mujeres el
incremento ha sido de un 1,7%. Todo ello hay que unirlo al hecho de que el 75%
de las personas depresivas están en edad de trabajar, lo que puede indicar que
o no tienen trabajo o realizan uno que está muy lejos de sus expectativas,
formación o vocación.
Este trágico fenómeno del
aumento de suicidios no es sólo a nivel
nacional, ya que cada año se suicidan 800.000 personas en el mundo y el 75% de
ellos se llevan a cabo en países de ingresos bajos o medios. Además, no hay que
olvidar que, por cada suicidio, hay muchas más tentativas. Ese intento de
suicidio no logrado es el mayor factor individual de riesgo a tener en cuenta.
Aunque existe una extensa
literatura de la relación que existe entre las causas del suicidio con los
trastornos mentales, sobre todo con la
depresión y el consumo de alcohol y drogas, especialmente en los países de un
alto nivel de vida, también se contrasta que muchos se producen de forma impulsiva en momentos de crisis en
los que el individuo tiene mermada su capacidad para hacerle frente a las
tensiones que provocan los problemas financieros, las crisis de pareja y las
dolencias crónicas, entre otros muchos factores. También, existen otras causas,
además de los conflictos personales, como son las provocadas por haber recibido
abusos, violencia física o psíquica -lo que demuestra el alto índice de
suicidas que han sufrido acoso reiterado en algunas de sus variantes-, además
de la soledad y sensación de aislamiento o desarraigo. No hay que olvidar a
quienes sufren algún tipo de discriminación como son los refugiados e
inmigrantes, las minorías indígenas, los homosexuales, transexuales y los
reclusos. Es decir, todas estas posibles causas son factores de riesgo de
suicidio, pero el mayor es contar con un previo intento no consumado.
Otros datos relativos a esta
dramática manera de morir es la forma empleada para llevar a cabo el suicidio. Los
sistemas más utilizados por los suicidas son la ingestión de plaguicidas, sobre
todo en zonas rurales agrícolas de ingresos bajos y medios; el ahorcamiento , el
uso de armas de fuego. y el salto al vacío
las que ocupan el primer lugar. En cuanto a la época del año más
proclive a ello, resulta que es el mes de junio el que presenta mayor número de
suicidios.
Saber cuáles son los métodos
de suicidio más usados es importante para poder crear estrategias de prevención
que tienen como base medidas de eficacia ya probada, entre las que se cuentan,
principalmente, evitar el acceso a los medios de suicidio, aunque no siempre
sea posible porque quien desea morir encuentra, de una u otra forma, la manera
de llevar a cabo su trágico plan.
De todas maneras, el
suicidio es previsible y se pueden adoptar medidas entre la población, los
diferentes grupos (familiares, laborales, de vecindad, etc.). Estas medidas
pueden consistir en: la ya mencionada restricción a los diversos medios usados
(plaguicidas, armas de fuego, ciertos medicamentos, armas blancas, etc.,),
coadyuvada por la información responsable realizada por los medios de
comunicación; así como las políticas tendentes a la reducción del consumo de
alcohol y drogas. Sin olvidar, la identificación de personas susceptibles de
suicidarse como son quienes muestran estados depresivos, consumo alto de
alcohol y otras sustancias, dolencias crónicas y personas con estados de
trastornos emocionales graves. A ello se uniría la debida capacitación de personal
sanitario no especializado, para una debida evaluación y seguimiento de
conductas potencialmente suicidas, especialmente de aquellas personas que ya
han presentado uno o varios intentos suicidas anteriores.
Todo esto demuestra que el
suicidio es un problema complejo en el que entran diversos factores, por lo que
es necesaria la colaboración y coordinación de múltiples sectores de la
sociedad, no sólo del personal sanitario, sino también del ambiente familiar,
educativo y laboral, sin olvidar a los medios de comunicación. A través de
todos estos diferentes sectores se puede llegar a una acción conjunta contra
este trágico mal en alza, en el que entran diversos factores y, por tanto,
necesita una respuesta conjunta y eficaz de la sociedad para ayudar a quien
toma tan trágica decisión para que no la lleve a cabo.
Una de las principales
barreras para luchar eficazmente contra el suicidio, según los expertos, es el
temor por el tabú que existe sobre los trastornos mentales, lo que hace que
muchos suicidas en potencia no busquen ayuda médica adecuada por el estigma
social que ello representa, negándose así a aceptar una ayuda necesaria y
urgente que le puede salvar la vida.
Este estigma o tabú es el
que ha impedido a muchas sociedades occidentales abordar este espinoso tema
debido a la falta de sensibilización ante el suicidio, este gravísimo problema
de salud pública, y el tabú que en muchos países existe para hablar
abiertamente de él y buscar soluciones. Tradicionalmente, al suicida no se le
comprendía, sino que se le juzgaba desde tiempos inmemoriales -en muchos países
está penado-, se le culpabilizaba de su depresión y angustia, y se le condenaba
al ostracismo, sin intentar comprender su drama que vivía así en soledad ante
la incomprensión de quienes le rodeaban entre los que, muchas veces, estaba su
propia familia que no comprendía ni aceptaba que hubiera motivos reales para
que el suicida intentara quitarse la vida. Ese deseo de morir, la familia lo
consideraba una chifladura o lo achacaba a un mero deseo de llamar la atención.
Por este estigma asociado al suicidio, en la actualidad sólo unos pocos países
han incluido la prevención del suicidio entre sus prioridades sanitarias, y
solo 28 países han confirmado que han creado una estrategia nacional para su prevención.
Este tabú ha impedido,
también, tratar abiertamente este trágico
tema y es el que motiva que no haya datos fidedignos, tanto en números como en
calidad de los datos, sobre el suicidio y sus intentos. A nivel mundial, sólo
60 Estados disponen de registros civiles fiables que pueden usarse para
calcular las tasas de suicidios. Esta falta de calidad de los datos de
mortalidad no sólo afecta al suicidio, aunque la sufre mayormente esta causa de
muerte por el tabú y la ilegalidad que tiene asociada en algunos países, pero es
la falta de notificación expresa de suicidios o la realizada erróneamente,
atribuyéndoles a muertes suicidas otras causas distintas, la que dificulta
saber con exactitud las cifras reales de muertes por suicidio.
Según los expertos, las
estrategias realmente eficaces para la prevención del suicidio necesita una
vigilancia eficaz y el seguimiento de los suicidios y sus intentos. El conocimiento
de las diferencias internacionales en los métodos de suicidio y las variaciones
en las tasas y características, hacen necesario que cada país ofrezca datos
precisos al respecto. Para ello, sería necesario el registro civil de
suicidios, los registros hospitalarios de los intentos y los estudios a escala
nacional que recojan información sobre los intentos de suicidio
autonotificados.
Este tema es de tal gravedad
que la Organización Mundial de la Salud reconoce que el suicidio es una
prioridad de salud pública por lo que, en su primer informe sobre esta cuestión
que lleva por título "Prevención del suicidio: un imperativo global",
publicado en 2014, hace un llamamiento a la sensibilización sobre la gravedad
del suicidio y sus intentos para la salud pública, y le concede a la prevención
del mismo una altísima prioridad en la agenda mundial de salud pública. Además,
alienta a los países para que desarrollen, o fortalezcan las ya existentes,
diversas estrategias integrales de prevención del suicidio dentro de un enfoque
multisectorial de la salud pública que no puede permanecer ajena a tan
gravísimo problema. En el Plan de acción sobre salud mental 2013-2020, los
Estados Miembros de la OMS se comprometieron a esforzarse para alcanzar la meta
común de reducir las tasas nacionales de suicidios en un 10% para 2020.
Ese año está muy cercano y, sin embargo, la
cifra de suicidios sigue imparable en su ascenso. Queda mucho trabajo por hacer
y poco tiempo para conseguir erradicar un problema que no es solo individual,
sino también familiar y colectivo de toda una sociedad que está enferma. Cuando
muchos de sus miembros intentan morir voluntariamente, por motivos económicos,
emocionales, de salud o de simple soledad, es la mejor prueba de que la
sociedad ha fracasado en apoyar a quien lo necesita, en un momento dado, a superar
un drama individual. Ese drama que le hace querer morir antes de seguir
viviendo en un mundo insolidario en el que los individuos vivimos en nuestra
parcela personal de seguridad y aislamiento, sobre todo en las grandes
ciudades, donde todos vivimos cerca unos de otros, pero lejos, muy lejos. Por
eso, olvidamos que cerca, muy cerca, quizás en la propia familia, en el
vecindario, en el trabajo o en el centro de estudios, alguien se debate entre
la vida y la muerte.
Sin ayuda ni apoyo
emocional, será únicamente su decisión personal la que hará que salga
vencedora, una u otra, en la siempre misteriosa y, a veces, trágica ruleta de
la vida, en la que todo suicida juega a todos los números del negro mortal. Lo
hace porque no hay nadie que le ayude, le escuche, le comprenda, le acompañe y
le haga ver que la mejor elección, a pesar de los muchos problemas, angustias y
desengaños, es siempre el rojo vital, el rojo exultante de la vida.
Pero para eso hace falta
algo que Joaquín Grau, el gran maestro anatheórologo, decía: "Nos
alimentamos del amor que recibimos". Y de amor, de esa capacidad de dar
calor humano, afecto y comprensión, que es una forma segura de compartir el
gozo de estar vivo, esta sociedad está muy necesitada, demasiado. Quizás,
porque se han perdido los valores, las creencias, lo que hace al ser humano serlo
y le permite saber cuáles son las propias raíces, las que lo sustentan y le
hacen crecer. Porque no hay que olvidar que el árbol, cuando se le arrancan las
raíces, muere.
Así, el ser humano que ha
perdido la fe en todo, empezando por la confianza en sí mismo, se siente una
mera pieza prescindible en el engranaje
económico y social y pierde, también, el deseo de vivir en un mundo que se le
ha vuelto hostil, extraño e incomprensible, en el que todo tiene precio pero ya
nada tiene valor. Ni siquiera lo tiene el ser humano al que, en esta sociedad deshumanizada en la
que hay saturación de información y comunicaciones virtuales, le falta el calor
humano, la mano amiga, el apoyo emocional. Todo lo que forma parte de su mundo:
la familia, la pareja, el trabajo, las amistades y los afectos tienen fecha de
caducidad, todo es fugaz, pasajero, menos la soledad del individuo que crece a
medida que se rodea de medios de comunicación virtuales en un mundo que cada
vez es más artificial. Por eso, se le
antoja este mundo cada día más ajeno, incomprensible, solitario e
indescifrable. Y desea salir de él,
angustiosamente, en momentos de crisis y desesperanza, porque ya no tiene
certezas solo incertidumbres, ni valores solo escepticismo, ni creencias solo
desesperación. Así es fácil pensar que la muerte es la salida, la única posible
de esta encrucijada vital en la que no existe ninguna posibilidad de sobrevivir
en este mundo informatizado, tecnificado y virtual, cuando se ha perdido la partida del juego infernal en el que se ha
convertido esta sociedad alienante. Es ese el momento crucial en el que aparece en la pantalla de cada vida el
siniestro mensaje de "game over", en forma de carta de despido,
solicitud de divorcio, pérdida de seres queridos, acoso moral insufrible o
diagnóstico médico irreversible. Es sólo entonces cuando es fácil darle a la
tecla y salir del juego del que ya el deprimido se siente irremediablemente
expulsado y sin puerta giratoria para volver a entrar.
En cada suicidio es la
propia sociedad la que está certificando su propia culpabilidad e incapacidad
para salvar y proteger a todos y cada uno de los individuos que la componen. Es
la declaración explícita de su fracaso
como modelo social, como forma de organización humana en la que falla,
paradójicamente, su propia esencia: la humanidad.
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